¡Sequía! Hubo una ocasión cuando el pueblo de Israel vivió una terrible
sequía. Resulta que vivía para ese
tiempo un profeta llamado Elías de la región de Tisbé (capítulo 17 de 1 de
Reyes). El pueblo estaba tan alejado de
Dios que el profeta le anunció al rey que no iba a llover. Y así fue, no llovió por tres años, el cielo
se cerró por la palabra del profeta.
Confío que Dios tenga misericordia de nosotros y que nuestra situación
no sea tan penosa. (De hecho el estado
de California lleva cuatro años en sequía.)
Ahora que experimentamos esta falta de agua me doy cuenta que por alguna
razón quiero tomar más agua, quiero lavar la ropa, me doy cuenta que las plantitas
se me están atrofiando y las ventanas y screens que les digo, ¡asquerosas! Cuando nos falta el agua entonces es que
realmente la valoramos.
Cuando no
tenemos el agua a la que estamos acostumbrados nos sentimos
disfuncionales. ¿Por donde andarán nuestras
tormentas y nuestros huracanes?
Usualmente por esta época de días de fiestas veraniegos andamos pidiendo
que no llueva para ir de vacaciones, visitar las playas y los ríos. Pero no ahora, ahora estamos locos porque la
lluvia refresque nuestro Puerto Rico.
Eso me hace pensar en la sequía en la que viven muchos seres
humanos. Están sedientos en su interior…
y no tienen idea de que es lo que les falta.
Dice Dios, “vengan a mí los que están sedientos”. Y el señor Jesús dijo:
“yo soy el agua de vida que salta (que sale a borbotones) para vida
eterna”. Los que hemos recibido al Señor
podemos afirmar que de nuestro interior corren ríos de agua viva… no estamos en
sequía. ¡Satúranos de Ti Señor,
refréscanos!
Por Miriam E. Figueroa - Pastora